Labios de Ángel

Escritos eróticos para matar el tiempo y encender la lujuria.


El trío: capítulo 3 – un orgasmo adictivo.

Epílogo

Martha está en un café sola. Usa una minifalda corta, una blusa blanca escotada y zapatos negros de tacón. La taza queda pintada por su labial rojo intenso. Hay una mesa de hombres que la miran y murmuran.

Ella mira a la cámara que se acerca lentamente

– ¿Cuántas veces he vivido esto? Quizás 5 o 6 veces. En algunas oportunidades me he ido con alguno de estos tipos, alguno que otro ha resultado ser un buen amante, y lo he dejado vació, en otras solo han sido un desastre; en otras incluso me he ido con los tres, dejando que me dieran a su placer…

Se queda en silencio, y sale una lágrima de sus ojos.

– ¿Por qué nada de esto me satisface? ¿Por qué no logro encontrar la persona con la cual me sienta en realidad plena? Susana y Margarita no pueden saber todo lo que hago, solo pequeñas aventuras que satisfagan su curiosidad, pero no que tengo esta insatisfacción constante, pero así y todo solo con ellas me siento bien, siento que me quieren de verdad.


Casi no pude dormir, la imagen de Ernesto bailando desnudo volvía una y otra vez. Su mirada profunda, su pelvis que se movía con ese ritmo sensual, sus pectorales, y esa verga gruesa que me hacía mojar cada vez que pensaba en ella. Y la tarjeta en mi celular era una línea fácil de pasar, a tan solo una llamada y poder hacer realidad mis sueños húmedos.

Me masturbé unas cuatro veces, entre la noche que llegué el sábado y la mañana del domingo, pero nada de eso me hacía dormir profunda. Apenas lograba el orgasmo, me quedaba en un éxtasis, pero vacía de no tener al lado su mirada y su cuerpo. La tarjeta me obsesionaba, pero sentía pánico de llamarlo, ¿cómo podría pagar por sexo? Eso no estaba entre mis conductas morales. A las 11 de la mañana, con una pesadez del cuerpo como si hubiera bebido cientos de tragos, decidí bañarme y borrar la imagen de la tarjeta.

Y ahí estaba yo, desnuda ante el espejo, con mis tetas grandes, un poco de barriga, hombros anchos, amplias caderas, piernas torneadas, y una cuca hermosa, si es hermosa me dije, se hace una v bien marcada y una raya que la parte con suavidad. Mi cuerpo no es escultural, pero es deseable. Me toqué los senos, y me pasé un dedo por el clítoris, que de inmediato se puso erecto. Qué rico era tocarme, pero que rico sería sentir un pene en mis manos, en mi boca, en mi vagina. Sentir el calor, el palpitar de esa carne dura.

Salí desnuda del baño, casi corriendo, cogí el celular, busqué en la papelera, pero había dado borrar definitivamente. Qué idiota. Quise llorar ¿Por qué tenía que ser tan púdica? ¿Por qué no podía darle rienda suelta a mis deseos? ¿Qué podría pasar, solo sería tenerlo y ya, no habría más compromisos? Ahora me debatía si escribirle a Martha y pedirle la tarjeta de nuevo. ¿Qué pensaría ella de mí?

Decidí llamarla, pero no le dije la verdad, solo que si podía ir a su casa. Quisas podría encontrar la tarjeta y tomarle la foto.

Martha, como siempre, estuvo para mí, nunca me decía a nada que no. Poder contar con ella siempre, hacía que sintiera algo de vergüenza, no contarle lo que quería en realidad. Le dije que me sentía sola y no quería almorzar sola. Ella me dijo que si quería que almorzáramos en algún lado, pero yo tuve que mentirle de nuevo, quería ir a su casa a pasar la tarde, quizás dormir un rato al lado de ella. Por supuesto que ella me recibió en su casa, pedimos un almuerzo sencillo, ella no hacía más que preguntarme como me sentía, si había pensado en llamar a Ernesto, yo mentía, solo le decía que me sentía sola, y que nunca llamaría a Ernesto, que eso no iba conmigo, aunque por dentro me sintiera falsa, pues solo estaba allí para eso, para encontrar la bendita tarjeta.

El domicilio no llegó. Entonces aproveché para decirle a Martha que porque no iba ella por algo rápido al centro comercial de la esquina, que yo me sentía muy cansada y quería dormir un rato, lo que yo quería era buscar la tarjeta, hasta ese momento solo habíamos estado hablando en la sala, tomando té. Ella aceptó ir por el almuerzo. Se cambió con la puerta abierta, era una mujer muy bella, por eso siempre tenía con quien salir, lo raro es que hoy no estuviera con alguien. Sus senos parados y su cola tan bien torneada me dieron envidia, nunca la había tenido hasta cuando la vi cambiándose de forma tan sexi. Se puso unos leggings y un top, quedó perfecta, apenas se peinó. Antes de irse me ofreció su cama para que durmiera, yo accedí. Incluso me tapo con una cobija y cerró las cortinas.

Apenas cerró la puerta, yo pequé un brinco. Busque en su mesa de noche, en su cajón solo había unas libretas de notas y unos condones. Fui al closet, abrí los cajones, tenía todo tipo de lencería, su ropa era elegante y fina, usaba todo tipo de colores. A pesar de la precipitud por el deseo de encontrar la tarjeta, tuve mucha delicadez de no dejar muestras de mi pesquisa. Cada cosa que movía la volvía a dejar exactamente como estaba. En el closet tampoco hubo nada.

Fui a la sala, estaba todo en completo orden y limpio, ella era detallista y organizada. Siempre me impresionó, que a pesar de su contante inquietud física y mental, fuera capaz de estar siempre impecable ella y los lugares en donde vivía o trabajaba. Así que allí tampoco se veía rastro de la bendita tarjeta, ni siquiera entre los cojines o debajo de los muebles.

En la cocina todo estaba guardado, las facturas y algunas notas, en perfecto orden, no escondían lo que deseaba encontrar. El bote de basura tenía una bolsa nueva y estaba vacía. No sé por qué busqué también en el baño, allí, al mirarme en el espejo, me di cuenta de que lo que hacía, estaba fuera de toda proporción. No era justificable que le hubiera mentido a mi amiga y mucho menos que estuviera esculcando entre sus cosas personales. Si quisiera de verdad contactar con Ernesto, no era tan difícil, solo era volver al bar y buscarlo. Así que dejé la tarea. Me dirigí a la cama, me tapé con la cobija y cerré los ojos. Estaba cansada. Tenía que dejar de pensar en ese hombre, agradecer a Martha su hospitalidad y si de verdad tenía tantos deseos de sexo, hacerlos realidad, no era tan difícil. Aunque lo que quería era a Ernesto, porque había intentado pensar en otros hombres, y no era de mi agrado.

Reflexionando en esto, no me di cuenta que me dormí profunda. De pronto sentí un cuerpo abrazándome fuerte, sus manos acariciaban mi abdomen. Me sentí bien. Me moví un poco, eso me hizo darme cuenta de que estaba dormida. Confundida si era un sueño o en realidad lo que sentía, cogí la mano de aquella persona que me acariciaba. Era una mano de mujer, eso me hizo reaccionar y darme vuelta violentamente. Era Martha.

– ¿Qué te pasa Martha? ¿Por qué me acaricias así?

Ella se veía sorprendida y con miedo.

– No quería molestarte.

– Pues lo hiciste. ¿Por qué me has abrazado y tocado así?

– Solo te vi dormida y pensé en toda tu soledad. Me dieron solo ganas de darte el cariño que tanto deseas.

– ¿En serio, Martha? ¿No te basta con todos tus amantes? ¿En serio crees que yo puedo sentir algún deseo de ti?

– No, Susana, no es lo que estás pensando.

– Sí, sí lo es. ¿Cómo te atreves?

– No, no lo es. Solo estás delirando.

– No me vas a tratar ahora de loca. Tú eres la loca. Lo último que te faltaba es que resultaras lesbiana. Loca, puta y lesbiana.

– A ti lo que te falta es que te cojan bien cogida Susana. Me estás faltando el respeto.

– Vete a la mierda Martha. Has dañado esta amistad.

– No te vayas así Susana. No es lo que estás pensando.

Me quedé mirándola fijo ya a salir por la puerta.

– ¿Entonces qué era? Explícame.

– ¿Llamaste a Ernesto?

– ¿A qué viene esa pregunta?

– Creo que necesitas un poco de diversión en tu vida.

– La clase de diversión que me hace falta no es la que tú quieres. Por eso borré la tarjeta. Adiós.

– Susana.

Yo paré sin voltear.

– Toma.

– ¿Qué cosa?

Cuando volteé, tenía la mano estirada con la tarjeta de Ernesto. Se la arranqué de la mano. Y salí con un portazo.

Martha había sido mi amiga desde niñas, y aunque siempre había sido cariñosa, nunca dio muestras de un deseo sexual hacia nosotras. Al contrario, era una hembra en todo el sentido de la palabra. Coqueteaba con cuanto hombre guapo se cruzaba, y a nosotras no exponía para que los varones se fijaran, que había más mujeres que ella, y que todas queríamos un novio. A mí la timidez, el pudor y quizás mi exigente manera de ser, no me había permitido tener una relación. Y Margarita se escondía en su novio y luego marido eterno. Por eso tener que pasar por esta situación era decepcionante. La cabeza me daba vueltas, e incluso sentía un poco de asco. No le volvería hablar en toda la vida. Solo pensar en ella me avergonzaba y daba rabia. Esa ya no era mi amiga de otras épocas. Quién sabe desde cuando quería acostarse conmigo y cuantas cosas no habrá hecho para conseguirlo. Caminé con mucha rabia y llegué en menos que lo que pensaba a mi apartamento. Y me senté en la sala a llorar.

No duré mucho llorando. Quise llamar a Margarita para contarle. Pero seguro ella estaba en sus asuntos. Lo mejor sería olvidar el tema. Lo que sí tenía razón Martha es que necesitaba coger, no podía continuar así. Eso era lo que me había expuesto ante Martha.

Así que estaba yo allí, sentada sola en mi sala, llorando y con la solución a mis deseos en la mano. Desde que le rapé la tarjeta de Ernesto a Martha, no la había soltado. Me reí. Todo lo que hice para conseguirla, y llegar de esa manera. La idiota de mi amiga, ex amiga, seguro intuyó desde el principio lo que quería. O quizás se dio cuenta de que estuve esculcando. Bueno, ya no me importaba. La rabia, no me hizo pensarlo más. Le marqué a Ernesto.

Solo timbró una vez.

– Ernesto el más grueso, a sus órdenes.

Su voz me hizo temblar, pasar saliva. Era una voz muy sexi y segura. Lo imaginé desnudo contestando.

– Sí, hola…

– Buenos días, señorita ¿Qué desea?

– Hola

Volví a repetir sin saber muy bien qué decir.

– Sí, cuéntame en que te puedo servir.

Lo sugerente de sus respuestas, me hizo llenarme de valor, tenía muchos deseos de estar con ese hombre.

– Ernesto, ¿cómo estás?

– Bien, ¿Con quién hablo? ¿Te puedo ayudar con algo?

– Sí, hola, te llamo para saber de tus servicios.

Me parecía ser muy directa y quizás se podría ofender.

– Claro que sí. Mira. Soy un bailarín profesional, puedo hacer shows en tus reuniones, con desnudo total, me pueden tocar y besar todo lo que deseen. Si, alguna de las asistentes quiere una relación, tiene costos adicionales…

– Ya.

– Pero parece que tú no tienes ningún evento, ¿me equivoco?

– No.

– En ese caso podemos vernos en algún hotel o si lo prefieres puede ser en tu casa.

-Sí.

– Sí qué, disculpa.

Yo estaba conmocionada, nunca me creí capaz de esto.

– Puedes venir a mi casa.

-¿Y no me vas a preguntar el valor?

– Dime.

No me pregunté si era costoso o no. Solo le pregunté en cuánto podía llegar. Él me dijo que podía hacer una excepción porque nunca trabajaba los domingos, si le pagaba un extra. Yo accedí. Me dio que estaría en mi casa en dos horas.

Corrí a limpiar la casa porque era un desastre, a comer algo y a bañarme. Busqué la ropa interior más linda que tenía y un vestido cómodo, suelto. No me puse medias veladas, ni brasier. Me acordé de que no había comido nada. Así que preparé un sanduche y lo pasé con un poco de vino. Casi no los disfruté, estaba muy ansiosa. Alcancé a lavarme los dientes, y pasarme el peine una vez más, antes de que sonara el citófono.

– Señora Susana, la solicita el joven Ernesto Villamil.

– Que siga por favor Mario.

No había pensado en ese detalle. Pero qué importaba. El celador era chismoso, pero ya qué, que pensaran y dijeran lo que quisieran.

Sonó el timbre. Abrí. Y ahí estaba él. Con un pantalón ajustado, camisa blanca y blazer. Sonreía y traía una rosa. Su sonrisa me hizo humedecer.

– Sigue.

Recibí la rosa. Y me dio un beso en la mejilla. Lo que me esperaba llenaba mi cabeza de imaginación, pero nada fue como lo había pensado. 



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EL TRÍO

Susana (la virgen aplicada), Margarita (la sensual esposa desatendida) y Martha (la promiscua inconforme) han llegado a los treinta años y se sienten insatisfechas, a partir de su encuentro con Ernesto, un novato gigoló, desafiarán los límites de lo prohibido.

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